domingo, mayo 21, 2006

Ida y vuelta (II)

Está claro que las cosas nuncan sale como una las planea, y eso que yo planeo poco, pero no tenía pensado pisar por casa en 5 meses y aquí estoy otra vez, a la fuerza casi, como quien dice. Y es que yo estaba cenando tranquilamente en una barbacoa de esas que nos montamos de vez en cuando, aunque esta vez casi sin internacionalidades, más del tipo "no puedo creer que no sepais el último cotilleo" y "cuenta, cuenta", porque ir de visita a una residencia universitaria da para mucho, no como en mi casa, que la novedad es que venga el rapaz o que se estropee la persiana, y cuando al final de la cena el organizador de la barbacoa no ha aparecido y todo el mundo va a su habitación a verle jugar al pro-evolution soccer es cuando unos pocos nos planteamos muchas cosas, y nos vamos, claro, y entonces es cuando yo digo "ay, tengo un huesecillo molesto que se me clava en la encía" aunque la carne no aparentaba tener huesecillos de ese tipo, y claro, no tenía, porque el huesecillo era propio y dejó de molestar. Y aquí estoy yo ahora esperando a que llegue el lunes y poder ir al dentista (que más vale dentista conocido que dentista por conocer, sin distinciones de buenos ni malos), y aquí está conmigo mi muela rota, que no protesta, pero que no tengo intención de usar como almacén cual carrillo de hamster.

Y cuando vas a pasar 9 horas en un tren, "comboio de la muerte" para los amigos, y descubres de casualidad que también existe el overbooking en los trenes y hay dos billetes con el mismo número de asiento y el compartimento está lleno te encoges de hombros y te vas al de al lado, que resulta estar vacío. Entonces llega el momento preparación: música, cámara y libro. Que dura poco, porque es la hora de la siesta y cuando se duerme poco es lo que tiene. Y cuando parece que va a ser un viaje largo y silencioso sube gente ruidosa y parlanchina, 6 horas sin dejar de hablar, pero a la vez resulta ser gente maja, y el hombre silencioso que viajaba conmigo incluso también se pone a hablar y a contar batallitas de cuando la guerra y el 25 de abril y todos escuchamos y asentimos, y una pareja que cumplía años, de cumpleaños y de casados, entra en la conversación, y acabamos todos contándonos nuestra vida y haciendo bromas, y un español que sube nos mira raro, y dos australianos al que una mujer se empeña en hablar en portugués o en francés, y que aún así nos ofrece galletas, y al llegar a mi estación se asoman por la ventanilla a despedirme como que no me fueran a ver más, y realmente es una pena que no nos vayamos a ver más.