El día que salvé al mundo

A veces no recuerdo los sueños, a veces los olvido, a veces solo recuerdo fragmentos o historias sin sentido, pocas veces paso miedo, a veces corro por tejados de ciudades desconocidas en sueños recurrentes, a veces también recorro caminos perdidos. Una vez estaba sentada en el sofa y vi un gato negro (quizá sea porque me gustan los gatos negros, quizá no) en la barandilla del balcón. No se me ocurrió pensar en cómo había llegado hasta mi piso, el último, ni tampoco cuestioné que entrara en el salón y comenzara a hablarme o explicarme, más bien, qué era lo que yo tenía que hacer para salvar a la ciudad porque él solo era un gato. La ciudad en cuestión estaba en lo alto de un gran acantilado junto al mar y el gato (que no me dijo su nombre por lo que le seguiré llamando "gato") sabía que venía un gran tsunami que iba a superar la altura del acantilado (que, repito, era muy muy muy alto) y todo el mundo se ahogaría, excepto los que ya estuvieran previamente mojados antes de que se pusiera el sol, por eso (y quizá también por otras razones) una de las primeras cosas que hizo el gato fue tirarme un vaso de agua encima (cosa que yo tampoco cuestioné) y así, empapados, fuimos los dos a una taberna (nada de bar ni cafetería, taberna) a avisar a todo el mundo. Obviamente nadie se tragó la historia de que el gato hablaba pero solo yo le entendía, de la ola y de mojarse antes para no ahogarte luego. Ya en la calle no tuvimos más remedio que mojar a diestro y siniestro, quisieran o no, y parece ser que nos dio tiempo a mojarlos y/o convencerlos de que se mojaran solos (antes de que se pusiera el sol, por supuesto) porque se salvó (casi) todo el mundo. Que alguien me lo explique.

By the way, hoy cumplo un año blogosférico.