
Los niños mochila abren mucho los ojillos para ver bien todos los detalles del camino, para disfrutarlos en el momento porque saben que van a olvidarlos, que sus mejillas sonrosadas van a perder ese aire de niño de cuento y que, si no se lo recuerdan, olvidarán incluso que fueron niños mochila. Pero cuando vuelven a esos lugares algo se activa en ellos y son felices de nuevo, y quieren grabar todo en sus retinas ahora que se han prometido no olvidarlo. Y recuerdan cuando les despertaba la algarabía de los pájaros y los cucos (y los grillos que cazaban) no les dejaban dormir, cuando comían moras, jugaban entre los árboles, les picaban las ortigas o buscaban fósiles por el suelo. Y cuando están en medio de un bosque o trepando por los riscos se acuerdan de que siempre les gustó subir a la piedra más alta. Y les da pena que en el nacimiento de un río haya poco agua y las cascadas se sequen (y que haya embalses al 25%). Pero les impresionan las piedras arrastradas por los glaciares y la forma en que les mira un ciervo a la luz de la luna. Y quieren repetir.
2 comentarios:
Así con prisas dos cosas: una, me quedo con el título, dos, te doy algo a cambio ;)
¿Y sin prisas? ; ) Yo encantada de que te lleves los títulos, jijiji.
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